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Lorenzo da Ponte: tras la sombra de las Bodas de Fígaro

Ayer tuve el placer de asistir a la representación de Las bodas de Fígaro en el Teatro Real. La representación tuvo una calidad magistral y la escenografía realmente impecable. No todos los cantantes mantuvieron la misma calidad, pero bueno… el conjunto fue realmente formidable.

Le nozze di Figaro es una ópera bufa (drama jocoso) en cuatro actos compuesta por Wolfgang Amadeus Mozart sobre un libreto de Lorenzo da Ponte, basado en la pieza de Pierre Augustin Caron de Beaumarchais, Le mariage de Figaro. Fue compuesta entre 1785 y 1786 y estrenada en Viena el 1 de mayo de 1786 bajo la dirección del propio Mozart.

Escrita en italiano, es considerada como una de las mejores creaciones de Mozart y como una de las óperas más importantes de la historia de la música. A pesar de recibir muchas críticas en su época, logró grandes éxitos en sus representaciones.

Hasta aqui, la información pública que es más o menos de dominio público. Indagando un poco y gracias a unos comentarios vertidos por mi amigo Willy al respecto, he descubierto que la vida de Lorenzo da Ponte (el autor del libreto) está repleta de aspectos interesantes.

De entrada, comentar que Lorenzo da Ponte está detrás ni más ni menos que de las tres óperas seguramente más famosas de Mozart: Las bodas de Fígaro, Don Giovanni y Cosí fan tutte.

Emmanuele Conegliano,  nombre original de Lorenzo, nació en 1749 en la pequeña judería de Ceneda. Su padre, Geremia Conegliano, judío y cordovaniere de oficio (fabricante de artículos de cuero o zapatero) deseando casarse en segundas nupcias con una católica, se hizo bautizar con gran solemnidad junto con sus tres hijos Emmanuele, Baruch y Ananias que recibieron los nombres cristianos de Lorenzo, Girolamo y Luigi respectivamente. De acuerdo a una costumbre de ese tiempo, Geremia, ahora Gasparo, adoptó el apellido del obispo que le administró el sacramento, Monseñor Lorenzo Da Ponte. Desde ese día Emmanuel Conegliano pasó a la historia, adoptando el nombre del obispo que presidió el acto: Lorenzo Da Ponte.

Previendo que el segundo matrimonio de su padre les acarrearía probables dificultades financieras, pidió al obispo, junto con su hermano Girolamo, que los admitiera en el seminario local.

Rápidamente se desarrolló en él pasión por la poesía; traducía del latín al italiano y viceversa, adquiriendo notable facilidad para abordar cualquier tipo de estilo o métrica. A la muerte de Monseñor Da Ponte fue enviado al Seminario de Portogruaro. Allí comenzó a estudiar matemáticas y filosofía, pero sin ninguna inclinación. En 1772 fue nombrado profesor de retórica y vicerrector del seminario, y el 27 de marzo de 1773, diez años después de su ingreso en el seminario, se ordenó sacerdote. Unos seis meses después, abandonó el seminario y partió para Venecia en busca de fortuna.

En aquellos tiempos era Venecia un lugar internacional de diversión comparable a Las Vegas de hoy día. Permaneció allí un año y se vio envuelto en una serie de aventuras poco recomendables; se dedicó a amores más o menos borrascosos y se le implicó en corruptas andanzas; vivió en diversas casas de la nobleza en calidad de preceptor y secretario; se puso esta vez al servicio como profesor particular de un aristócrata, Giorgio Pisani, personaje de ideas semejantes a las suyas y casi tan peligroso como él. De hecho, Pisani, que estaba enfrentado a toda la oligarquía veneciana, no tardó en ser arrestado, siendo Da Ponte desterrado acto seguido de Venecia “y de todas las otras ciudades, tierras y lugares del Serenissimo Dominio, terrestres o marítimos, en naves armadas o desarmadas, por quince años”. El proscrito Da Ponte huyó a Gorizia, territorio que pertenecía a Viena y donde también había encontrado refugio su íntimo amigo y compañero de francachelas venecianas Giacomo Casanova.

En Gorizia se le admitió en la Arcadia poética local con el nombre de Lesbonico Pegasio. Allí coincidión con un viejo amigo, el poeta Caterino Mazzolà, al que pidió que le buscase una posición allí, y al recibir una carta alentadora, abandonó Gorizia dirigiéndose a Dresde, probablemente en diciembre de 1780. En el camino, se detuvo en Viena, ciudad enlutada por la muerte de María Teresa. Esto nos ubica con bastante aproximación en el tiempo, pues la desaparición de la emperatriz ocurrió el 29 de noviembre de ese año. Al verse privado de diversiones de cualquier tipo, su estancia allí no pasó de tres días. Cuando llegó a Dresde descubrió que la carta de invitación era falsa; un enemigo suyo en Gorizia había interceptado la carta legítima de Mazzolà, en la que éste le expresaba la imposibilidad de hallar oportunidades para él. Su adversario había ideado una carta con una designación trabada. Da Ponte permaneció cerca de un año en Dresde.

A principios de 1782 llega a Viena. Mazzolà le había dado una presentación muy cordial para un alumno de Gluck: Salieri. por entonces tuvo que contentarse con el discreto título de “autor dramático” y con un sueldo de mil doscientos florines por año. Su obligación: escribir unos “dramas cómicos”. Hasta entonces jamás había intentado escribir un libreto de ópera. Comenzó entonces la colaboración de Da Ponte con los músicos de la corte. Salieri probó sus facultades ocupándole activamente en la adaptación de otras óperas.

El éxito de la actividad vienesa de Da Ponte y de su colaboración con Mozart se vio continuado con la invitación de abandonar la ciudad por los enfrentamientos con Leopoldo II, el nuevo emperador. Da Ponte hizo representar en Trieste una tragedia y un “pasticcio musicale” titulado «L’ape musicale«, pero también se ve obligado a abandonar Trieste, aunque en esta ocasión en compañía de una joven que se convertirá en su esposa: Nancy Grahl. Con ella tuvo cuatro hijos que llevaron el apellido de la madre.

Lorenzo comprendió que no podía esperar mucho más de Leopoldo II y forjó el proyecto de irse a París, pero antes visitó a Giacomo Casanova, que vivía en el castillo de Dux, donde estaba a cargo de la biblioteca del conde de Waldstein. Casanova le dio tres consejos valiosos: en primer lugar, le dijo que no fuera a París, sino a Londres; que, ya en Londres, no pisara el Café Italiano y, sobre todo, que no firmara ningún papel. Lorenzo, en sus Memorias , se lamenta de no haber seguido esas dos últimas recomendaciones.

En Londres, había un teatro italiano, cuyo propietario se llamaba W. Taylor, que ya contaba con un compositor, Vincenzo Federici, y con un poeta, Badini. Las esperanzas de que hubiera allí un lugar para Da Ponte eran muy pocas. Pero Badini cometió una sucesión de errores y locuras y fue despedido; entonces Taylor contrató a Lorenzo. De a poco, el empresario empezó a mostrar más y más confianza en el «improvisador» y, por último, le entregó prácticamente la dirección artística y la administración de la sala. Pero Taylor fue más allá de lo pensado e involucró a Lorenzo en sus negocios. Firmaba pagarés, cuyo garante era el infortunado Da Ponte, sin chistar. Durante tres años, Lorenzo se sintió el dueño de la temporada italiana de la ciudad. Taylor, para tener conforme a su hombre orquesta y, sobre todo, para mantenerlo en su estado de temeraria inocencia, lo envió a Italia en busca de nuevos cantantes y le dijo que se distrajera un poco y volviera a ver a su familia en Ceneda.

No importaba adonde fuera Lorenzo, los problemas lo perseguían o quizás él corría detrás de ellos. Tuvo todo tipo de dificultades en Italia. En Venecia, adonde se le permitió volver, cometió una grave imprudencia: por defender a una mujer a la que el marido no sólo pegaba sino que había planeado matar, se vio envuelto en un enredo que casi le valió la cárcel. Debió huir una vez más de Venecia y emprendió el regreso a Inglaterra.

Cuando, por fin, Da Ponte regresó a Londres, a «su» teatro, los guardias del rey lo arrestaron por deudas (los pagarés de Taylor). Sus amigos y familiares pagaron una caución y fue puesto en libertad, pero después volvieron a arrestarlo por otro pagaré; lo liberaron de nuevo y de nuevo lo detuvieron. En el lapso de tres meses, fue treinta veces a prisión y treinta veces logró salir. Se declaró en bancarrota.

Comenzó entonces una nueva etapa en la vida del libretista. Para ganarse la vida, con el poco dinero que conservaba, abrió una librería italiana en Londres. Con muy buen criterio, fue adquiriendo libros y creando un público para su comercio. Entusiasmado, quiso abrir un local más grande y se endeudó. Incapaz de equilibrar su economía y de alejarse de las complicaciones, en poco tiempo alcanzó un récord: se enteró de que había once órdenes de arresto en su contra, por pagarés antiguos (de Taylor) y nuevos (de Lorenzo) impagos. No tuvo más remedio que escapar con su mujer y sus hijos a Estados Unidos, donde vivían su cuñada y sus suegros.

Da Ponte desembarcó en Filadelfia el 4 de junio de 1805 y se estableció con los suyos en Nueva York. Por consejo del padre de Nancy, abrió una especie de almacén y de taberna, donde vendía té, tabaco y gin, entre otras cosas. Todo fue muy bien al principio hasta que se desencadenó una epidemia de fiebre amarilla. Los Da Ponte se mudaron entonces a Elizabethtown, una pequeña población donde compraron una propiedad. Lorenzo inició otro negocio, pero no funcionó, de modo que regresó otra vez a Nueva York. Tenía sesenta años. Se le ocurrió recurrir al mismo recurso que le había dado buenos resultados en Londres. Abrió una librería de libros italianos en Broadway y dio clases de literatura en ese idioma con mucho éxito.

Apenas alcanzada cierta bonanza, Lorenzo, con su intacta vocación para el desastre, quiso hacerse de más dinero y se asoció a un destilador de licores. De inmediato, empezaron los problemas. Pero esta vez, Da Ponte prefirió alejarse de Nueva York y de la incertidumbre. Se refugió en Sunbury, donde también vivía su cuñada y abrió un comercio de drogas farmacéuticas. Volvió a dar clases de italiano y también instaló una destilería donde se fabricaba aguardiente de excelente calidad. La prosperidad llegó otra vez. Pero Da Ponte se accidentó y debió dejar la administración de sus negocios a un hombre, en apariencia confiable, que lo arruinó. Vendió lo poco que le quedaba y, después de muchas peripecias, regresó a Nueva York. Pudo alquilar una casita, amueblarla y ocuparse de la educación de sus dos hijos, Lorenzo y Carlos. Además, inauguró una librería y enseñó italiano de nuevo.

Su actividad como docente y pionero de la difusión de la cultura italiana recibió un gran reconocimiento. En 1825 Da Ponte obtuvo la autorización para enseñar italiano en el Columbia College al cual, a cambio, donó miles de libros italianos. En esta prestigiosa universidad fundó la Facultad de lengua y literatura italianas. Tuvo el privilegio de ser el primer profesor de América en enseñar «La Divina Comedia» de Dante. En 1830 comenzó una actividad teatral y en 1833 inauguró la Italian Opera House. Fue su última aventura: Da Ponte murió el 17 de agosto de 1838 en la ciudad de Nueva York.

Impresionante ¿verdad?

Ángel García: Suites de Bach

Ayer mi querido amigo Ángel nos regaló una de esas cosas que sólo él sabe hacer: las tres primeras suites de Bach (para violoncello solo).
El concierto se desarrolló en la Iglesia Evangélica de Madrid y tuvo como artista invitado a Daniel! (bueno… él y su madre se pasaron casi todo el concierto fuera, pasando frio).
Me encantó ver la reflexión sobre las suites que ha realizado Ángel y por supuesto, la interpretación.
Qué recuerdos, pisar de nuevo la Iglesia Evangélica. En ella, junto con la Sociedad Bach (DEP), tocamos hace años una cantidad ingente de Cantatas.
Recuerdo que hace años, cuando abordé por primera vez el estudio de la primera suite pensé: «¿¿y tanto para esto??» Llevaba años ayendo hablar sobre la dificultad de las suites y el aspecto técnico del preludio de la primera no me pareció nada del otro mundo. Curiosamente Óscar me hizo la misma reflexión haces unos meses, cuando comenzó a estudiarlas. No pude evitar sonreir… le preguntaré dentro de un tiempo, cuando se le pase esa enfermedad que le aqueja llamada pubertad/adolescencia/osadía. Seguro que su parecer habrá cambiado 🙂
Creo que la interpretación de las suites debería ser como el montar en moto: debería estar prohibido para gente de menos de 30 años (salvo excepciones honrosas, claro… ¡y me refiero a la moto!).
Ahora a esperar a la próxima entrega de las suites: el día 20 de marzo de 2011.

La réplica Solar del cuarteto Stradivarius tiene nuevos dueños!!

Esta mañana hemos finalizado los trámites. Después de mucho pensar y dudar… lo hemos decidido. Hemos comprado la réplica Stradivarius de Solar.

Haré un artículo más extenso, pero de momento os pego ésto como introducción…

El Cuarteto Ornamentado de Instrumentos de cuerda, construido por Antonio Stradivarius, en Cremona, en torno al año 1700, es considerado como la más ambiciosa obra de este insigne maestro italiano.
Inicialmente eran cinco los instrumentos que lo formaban. Dos violines, dos violas y un bajo constituían el más bello conjunto de instrumentos que se conoce en la historia de la luthería.
Este conjunto de instrumentos, que se piensa que fue ofrecido por el propio Stradivarius a la Corte Española, no consolidó su llegada a España hasta mucho más tarde, con el gran maestro ya fallecido, cuando uno de sus hijos, Paolo, lo vendió al Infante Don Carlos, que tocaba el violín, por la mediación de un sacerdote llamado Padre Brambilla. Corría el año 1775.
Los avatares del destino hicieron que, en torno a 1808, durante la guerra española de la Independencia, las dos violas fueran separadas del resto, quedando reducido a tres el conjunto.
Ya en el siglo XX, la fortuna quiso que apareciera una de las dos, la más pequeña, llamada “la chica”, para incorporarla junto a sus hermanos, quedando el grupo, definitivamente, en forma de cuarteto, que es como lo podemos disfrutar en la actualidad.
Este cuarteto es propiedad del Estado Español, y se custodia en el Palacio Real de Madrid, y es empleado, ocasionalmente, por afamados cuartetistas que tienen la suerte y el placer de tocarlos en significadas ocasiones.
En la firma Fernando Solar ha aceptado el reto de reproducir con exactitud este excepcional cuarteto de instrumentos. Para ello han contado con la inestimable ventaja de que el fundador de la saga, Fernando Solar González haya sido durante un buen número de años el luthier encargado de su mantenimiento, bajo la tutela del Conservador, cargo que, en aquella época, lo ostentaba el ilustre violinista Hermes Kriales. De esta manera, han tenido la oportunidad de poderlos tener en sus manos repetidas veces para contemplarlos y examinarlos, hasta el punto de que han llegado a ser, para ellos, una referencia de primera mano.
El diseño de estos instrumentos fue, sin duda, la obra de un genio. La concepción de sus formas, pensada en exclusiva para funcionar en forma de grupo de cámara, da como resultado que su conjunción crea la unidad de un nuevo instrumento. Este instrumento es, precisamente, el cuarteto, que suena ensamblado hasta dar la sensación de ser uno solo.
Inicialmente, el Quinteto lo formaban dos violines, dos violas, y un bajo. En la actualidad se conservan los dos violines, la viola pequeña y el violoncello, que adquirió este tamaño después de haber sufrido una operación de achicamiento por parte del luthier de palacio de la época, Silverio Ortega.
Los violines son diferentes entre sí. El más pequeño, construido al estilo del maestro de Stradivarius, Nicolás Amati, representa la voz mas atiplada del conjunto, y para él se reserva el puesto del primer violín.
El segundo, más ancho y de formas mas cuadradas, se corresponde con un estilo que el propio Stradivarius desarrolló algo más tarde, a partir del año 1700, y su sonido robusto y completo le hace insustituible en el adecuado acompañamiento del fino sonido del primer violín.
La viola, que es la de tamaño más pequeño, respecto a su hermana en el Quinteto inicial, mide 415 milímetros, que es un tamaño muy utilizado por una gran mayoría de constructores. En el cuarteto, su voz grave y potente le hace emerger como guardiana del orden y el ensamble, lo que, indudablemente, se agradece en pos de obtener una perfecta conjunción armónica.
El violoncello, que tiene su tamaño actual después de una poco justificada operación de achicamiento, es el cuarto instrumento de este bello conjunto, y fue acortado en sus medidas -a pesar que la propuesta de tal intervención fuera denegada anteriormente por el propio rey de España- por el luthier de Palacio, Silverio Ortega, quien siguió fielmente los pasos de su antecesor en el cargo, Vicente Assensio, que había sido el autor del diseño del denegado proyecto.
Este impresionante cuarteto, que consigue una excepcional armonía en su funcionamiento sonoro debido a lo acertado del diseño de cada uno de sus instrumentos, es además una verdadera obra de arte en lo que a su aspecto estético se refiere.
Cabe suponer que el propio Stradivarius quería significar lo extraordinario de este conjunto y no se limitó a dotarles de esa increíble capacidad de trabajar en grupo, ya que trató de plasmar su arte y su saber de manera que a nadie le pasara desapercibido.
De esta manera, creó unos ornamentos pictóricos para decorarlos, al estilo de otros que ya se habían empleado siglos antes. Pero lo hizo con tal maestría y gusto estético que, a partir de su culminación quedó marcado como el más bello e importante de cuantos le habían precedido.
En los costados de los cuatro instrumentos dibuja animales y ornamentos florales que recuerdan escenas de la mitología junto con otras de caza, actividad muy del gusto de la nobleza de aquellos tiempos.
En los dos violines, a los que ornamenta con los mismos dibujos, coloca galgos y aves, parecidas a grifos, rodeados por lianas y flores. La técnica empleada para estos dibujos es la de grabado por bajorrelieve y rellenado de mástic de polvo de ébano.
En la viola, son liebres y aves, parecidas a cisnes o pelícanos, rodeados también por lianas y flores. En este instrumento la técnica empleada es la de dibujo con tinta china, entre dos capas de barniz.
El violoncello, de majestuosa presencia, tiene unos dibujos, también a tinta china, que representan a un Cupido disparando su arco hacia una cabra. La escena se ve inmersa en círculos de ornamentos florales.
Lejos de parecer recargados o desproporcionados, estos dibujos han sido un complemento de realce en la belleza intrínseca de los propios instrumentos. Y nos causan una profunda admiración si consideramos que todos los eruditos coinciden en pensar que son de su propia mano y diseño.
Para rematar tan insigne ornamentación, Stradivarius elige, para colocar en el borde de todos los instrumentos, un excepcional remate que les dota de un aspecto digno de ser colocados al lado de las mismas joyas de la corona.
El filete, que así se llama al conjunto de tres finas tiras de madera que se insertan justo en el borde de cada tapa de los violines, violas y violoncellos, sirve para embellecer y proteger el propio borde. Pero en el caso del que colocó el Maestro, su complejidad se va fuera de lo razonable. Él diseña un doble filete, separado por un amplio surco, en el que coloca, de manera alternativa, círculos y rombos de marfil, en una proporción y disposición idóneos, hasta conseguir un resultado estético de inigualables sensaciones. Luego, cuando ha situado perfectamente los más de dos mil cuatrocientos pequeños trozos de marfil, confeccionados uno a uno, rellena los huecos del surco, hasta dejar una superficie limpia y plana, con el mismo mástic de ébano que empleó para rellenar los trazos de los dibujos en los aros de los dos violines.
El trabajo, ímprobo y laborioso, queda eclipsado por el resultado, que es incomparable. Pero, el verdadero potencial de este cuarteto se manifiesta cuando suenan sus notas. Entonces, cuando nuestros sentidos se encuentran y se complementan, rozamos lo sublime.
El Cuarteto de Fernando Solar, empleando las mismas técnicas que se suponen usó el propio Antonio Stradivarius, es una fiel réplica del original. Ha reproducido hasta el más pequeño detalle, y se ha ajustado a sus conceptos estilísticos para intentar que el resultado sonoro sea lo más parecido.
Y, sobre todo, no ha escatimado ni una gota de esfuerzo, a sabiendas que el Maestro tampoco lo hizo, ya que le mueve un impulso muy parecido al que pudo motivarle a emprender la construcción de una obra de tal envergadura.
En su caso, después de que han pasado mas de veinticinco años desde su terminación, tiene el orgullo y la satisfacción de haber recreado, al menos en una pequeña parte, esas sensaciones tan emocionantes que sintieron los que tuvieron la fortuna de verlos estrenarse, allá por el 1700, y los que los contemplan en la actualidad.