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Esta semana nuestra «tranquilidad» se ha visto alterada por un suceso escolar un tanto desagradable.

La alarma se disparó cuando una madre, cuya hija es compañera de la nuestra, pudo constatar una dentellada en uno de sus carrillos. Se percibía claramente la dentadura completa de alguien marcada en su carita (hablamos de niños de 7 años de edad). Ante la pregunta de la madre, la hija respondió que se la había propinado su profesor de Educación física, en el transcurso de un juego/ejercicio…

La madre, alarmada, llamó a algunos padres más, para confirmar si este tipo de sucesos eran práctica habitual. Entre otros, nos llamaron a nosotros.

El pánico se desató cuando llamada tras llamada pudimos corroborar que la práctica de los mordiscos había sido frecuente, además de besos en la mejilla, en los labios interponiendo una mano, algún «piquito» furtivo, mordiscos en el culete, en algún pezón, cosquillas desde el cuello hasta el bajo abdomen, muestra del torso desnudo del profesor en busca de «músculos», la técnica del sandwich…

Los padres no dábamos crédito a lo que estábamos escuchando e intentamos analizar de forma objetiva toda la información recabada. Contextualizamos la información en la clase de Educación física, en el transcurso de juegos, en el desarrollo de ejercicios físicos, en el ámbito de una confianza mal entendida.

No había duda alguna. Los hechos constituían sin duda alguna objeto de preocupación, alarma y seguramente de denuncia. Al menos, y pensando de la mejor de las formas, eran absolutamente inapropiados.

A través de la tutora, pusimos en conocimiento de la dirección del colegio los hechos, apelando a una reunión con carácter de urgencia. La respuesta del colegio no se hizo esperar. A la mañana siguiente, a las 9:00 de la mañana estábamos citados un grupo de padres.

La reunión se desarrolló de forma tranquila, habida cuenta de que la temática era susceptible de promover arranques nada sosegados. El representante del colegio (curiosamente el director general no dio la cara en esta cita) en primera instancia intentó justificar los hechos, arguyendo que el expediente del profesor era intachable, que debíamos contextualizar todo…

Durante el transcurso de la reunión, se le aportaron al representante del colegio más hechos, sucesos y prácticas. No era posible una salida digna de la situación. Nos ofrecían alternativas sencillas para la situación, del tipo «ofrecemos nuestra garantía de que esto no va a volver a ocurrir». Nos intentaban convencer de que un cambio en el profesorado a estas alturas de colegio supondrían un trastorno y trabajo ímprobos… ¡¡por favor!! ¿de qué estamos hablando?

Ante esta serie de propuestas, nuestra postura era firme: ¿dejaríamos a nuestros hijos en las manos de alguien que de forma habitual ha realizado este tipo de actos? ¿la palabra del profesor subyacía a la palabra del colegio? ¿Qué tipo de garantías puede ofrecer un persona de este tipo?Hablamos sobre la pérdida de confianza por parte de los padres hacia el colegio.

Necesitábamos una respuesta contundente. Estaba además en marcha un escrito comunitario realizado por parte de los padres, alertando a la dirección y a ulteriores instancias competentes de lo que estaba ocurriendo. El colegio conoció la existencia de este escrito y debía mover ficha antes de que la información cruzara más fronteras. El representante tomó buena nota de la información recibida y quedó en informarnos de la resolución del colegio en breve.

A la salida de la reunión, otro grupo nutrido de padres expresaba su indignación y preocupación. Se pedían responsabilidades.

Nuestro mayor inquietud se basaba en la posibilidad de que estuviéramos haciendo una caza de brujas. Que estuviéramos buscando cosas donde no las había. Es muy fácil hacer leña en este tipo de cosas, sobre todo con los tiempos que corren. Íbamos posiblemente a arruinar la vida de alguien sin tener una certeza absoluta de propósitos…

Por más que intentamos justificar y defender los hechos, eran indefendibles. Yo no podría volver a entregar a mi hija al colegio sabiendo que iba a estar en manos de el susodicho sujeto en algún momento del día.

A las pocas horas el colegio nos citó de nuevo a aproximadamente el mismo grupo de padres, entendiendo según ellos que nuestra presencia representaba a la totalidad de padres del aula.

El director, con un semblante serio, ya sin intentar mediar ningún tipo de excusa ante los hechos entendiendo que eran indefendibles, nos informó de la decisión tomada por parte de dirección: cambiarían de profesor de Educación física a nuestros hijos. Aún así, el profesor continúa formando parte de la plantilla del colegio. Se ve que determinadas instancias ponen la mano en el fuego por él. Si las cosas fueran como deberían ser, la unidad de quemados de la Paz no tendría camas libres. Hay tantas manos en el fuego puestas por tantas personas… ¿tú por quién pondrías de verdad la mano en el fuego? Y sobre todo en este tipo de temas… ¿de verdad te arriesgarías ante las brasas?

Debo reconocer que la solución es algo egoísta. No deseo a nadie lo que no deseo para mí. Pero bueno… que cada uno luche por lo suyo. Si huera tenido una certeza absoluta la reunión se hubiera desarrollado en una comisaría de policía y no en el colegio. De hecho, si hubiera visto unos dientes marcados en la cara de mi propia hija la conversación se habría desarrollado por otros derroteros.

La mayor fortuna de todas reside en que los niños no han llegado a percatarse del problema. Ellos disfrutan a partir de hoy de un profe nuevo de deporte.

Y es que, al fin y al cabo, entregamos a los colegios nuestro tesoro más preciado…