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Hay algunos concursos que me gustan. Al menos despiertan mi curiosidad. Uno de ellos es el formato «tú sí que vales». Y me refiero al formato, porque es un tipo de concurso explotado ya en diferentes ediciones, de diferentes países y con diferentes nombres.
En él, el personal que acude nos muestra sus habilidades de cualquier índole. Desde doblar servilletas con los dientes y a la pata coja hasta interpretar el capricho 24 de Paganini con sólo tres cuerdas de violín.
Hay sin embargo un par de aspectos que siempre me desagradan.
Por un lado, el uso de los niños. Sí… sí… digo el «uso» porque realmente creo muchas veces que son los propios padres los que usan a sus hijos como medio o camino para expresarse o presentarse en la televisión… o en la vida… Realmente un niño de 6 años está interesado en dar esas formidables piruetas que requieren tantas horas diarias de esfuerzo? Saca tiempo suficiente como para jugar, relacionarse y divertirse? No es realmente un padre/madre en pequeñito lo que estamos viendo?
Por si acaso, me aplico el cuento y he decidido que mis hijos sólo van a estudiar música tres horas al día y que podrán elegir entre dos carreras universitarias que les propondré en su momento. Quiero que sean ellos mismos…
Volviendo al concurso, luego está el tema del ojo. Ese ojo que para curarse necesita una operación millonaria y que sólo realizan en Seattle un determinado par de manos expertas y que requiere además nosequé pócima secreta para sanarse. Para costear la operación y el viaje, su dueño primero nos muesta un interesante y detallado documental sobre su ojo y su enfermedad y luego nos inflige una lacrimógena versión de Nessum Dorma que arranca los aplausos de todo el plató…
Vamos a ver, eso se llama chantaje emocional. O chantaje a secas. No me cuentes ni tu vida ni la de tu ojo y… Canta! Si eres bueno y realmente vales, ya irás a Seattle…