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Esta mañana hemos finalizado los trámites. Después de mucho pensar y dudar… lo hemos decidido. Hemos comprado la réplica Stradivarius de Solar.

Haré un artículo más extenso, pero de momento os pego ésto como introducción…

El Cuarteto Ornamentado de Instrumentos de cuerda, construido por Antonio Stradivarius, en Cremona, en torno al año 1700, es considerado como la más ambiciosa obra de este insigne maestro italiano.
Inicialmente eran cinco los instrumentos que lo formaban. Dos violines, dos violas y un bajo constituían el más bello conjunto de instrumentos que se conoce en la historia de la luthería.
Este conjunto de instrumentos, que se piensa que fue ofrecido por el propio Stradivarius a la Corte Española, no consolidó su llegada a España hasta mucho más tarde, con el gran maestro ya fallecido, cuando uno de sus hijos, Paolo, lo vendió al Infante Don Carlos, que tocaba el violín, por la mediación de un sacerdote llamado Padre Brambilla. Corría el año 1775.
Los avatares del destino hicieron que, en torno a 1808, durante la guerra española de la Independencia, las dos violas fueran separadas del resto, quedando reducido a tres el conjunto.
Ya en el siglo XX, la fortuna quiso que apareciera una de las dos, la más pequeña, llamada “la chica”, para incorporarla junto a sus hermanos, quedando el grupo, definitivamente, en forma de cuarteto, que es como lo podemos disfrutar en la actualidad.
Este cuarteto es propiedad del Estado Español, y se custodia en el Palacio Real de Madrid, y es empleado, ocasionalmente, por afamados cuartetistas que tienen la suerte y el placer de tocarlos en significadas ocasiones.
En la firma Fernando Solar ha aceptado el reto de reproducir con exactitud este excepcional cuarteto de instrumentos. Para ello han contado con la inestimable ventaja de que el fundador de la saga, Fernando Solar González haya sido durante un buen número de años el luthier encargado de su mantenimiento, bajo la tutela del Conservador, cargo que, en aquella época, lo ostentaba el ilustre violinista Hermes Kriales. De esta manera, han tenido la oportunidad de poderlos tener en sus manos repetidas veces para contemplarlos y examinarlos, hasta el punto de que han llegado a ser, para ellos, una referencia de primera mano.
El diseño de estos instrumentos fue, sin duda, la obra de un genio. La concepción de sus formas, pensada en exclusiva para funcionar en forma de grupo de cámara, da como resultado que su conjunción crea la unidad de un nuevo instrumento. Este instrumento es, precisamente, el cuarteto, que suena ensamblado hasta dar la sensación de ser uno solo.
Inicialmente, el Quinteto lo formaban dos violines, dos violas, y un bajo. En la actualidad se conservan los dos violines, la viola pequeña y el violoncello, que adquirió este tamaño después de haber sufrido una operación de achicamiento por parte del luthier de palacio de la época, Silverio Ortega.
Los violines son diferentes entre sí. El más pequeño, construido al estilo del maestro de Stradivarius, Nicolás Amati, representa la voz mas atiplada del conjunto, y para él se reserva el puesto del primer violín.
El segundo, más ancho y de formas mas cuadradas, se corresponde con un estilo que el propio Stradivarius desarrolló algo más tarde, a partir del año 1700, y su sonido robusto y completo le hace insustituible en el adecuado acompañamiento del fino sonido del primer violín.
La viola, que es la de tamaño más pequeño, respecto a su hermana en el Quinteto inicial, mide 415 milímetros, que es un tamaño muy utilizado por una gran mayoría de constructores. En el cuarteto, su voz grave y potente le hace emerger como guardiana del orden y el ensamble, lo que, indudablemente, se agradece en pos de obtener una perfecta conjunción armónica.
El violoncello, que tiene su tamaño actual después de una poco justificada operación de achicamiento, es el cuarto instrumento de este bello conjunto, y fue acortado en sus medidas -a pesar que la propuesta de tal intervención fuera denegada anteriormente por el propio rey de España- por el luthier de Palacio, Silverio Ortega, quien siguió fielmente los pasos de su antecesor en el cargo, Vicente Assensio, que había sido el autor del diseño del denegado proyecto.
Este impresionante cuarteto, que consigue una excepcional armonía en su funcionamiento sonoro debido a lo acertado del diseño de cada uno de sus instrumentos, es además una verdadera obra de arte en lo que a su aspecto estético se refiere.
Cabe suponer que el propio Stradivarius quería significar lo extraordinario de este conjunto y no se limitó a dotarles de esa increíble capacidad de trabajar en grupo, ya que trató de plasmar su arte y su saber de manera que a nadie le pasara desapercibido.
De esta manera, creó unos ornamentos pictóricos para decorarlos, al estilo de otros que ya se habían empleado siglos antes. Pero lo hizo con tal maestría y gusto estético que, a partir de su culminación quedó marcado como el más bello e importante de cuantos le habían precedido.
En los costados de los cuatro instrumentos dibuja animales y ornamentos florales que recuerdan escenas de la mitología junto con otras de caza, actividad muy del gusto de la nobleza de aquellos tiempos.
En los dos violines, a los que ornamenta con los mismos dibujos, coloca galgos y aves, parecidas a grifos, rodeados por lianas y flores. La técnica empleada para estos dibujos es la de grabado por bajorrelieve y rellenado de mástic de polvo de ébano.
En la viola, son liebres y aves, parecidas a cisnes o pelícanos, rodeados también por lianas y flores. En este instrumento la técnica empleada es la de dibujo con tinta china, entre dos capas de barniz.
El violoncello, de majestuosa presencia, tiene unos dibujos, también a tinta china, que representan a un Cupido disparando su arco hacia una cabra. La escena se ve inmersa en círculos de ornamentos florales.
Lejos de parecer recargados o desproporcionados, estos dibujos han sido un complemento de realce en la belleza intrínseca de los propios instrumentos. Y nos causan una profunda admiración si consideramos que todos los eruditos coinciden en pensar que son de su propia mano y diseño.
Para rematar tan insigne ornamentación, Stradivarius elige, para colocar en el borde de todos los instrumentos, un excepcional remate que les dota de un aspecto digno de ser colocados al lado de las mismas joyas de la corona.
El filete, que así se llama al conjunto de tres finas tiras de madera que se insertan justo en el borde de cada tapa de los violines, violas y violoncellos, sirve para embellecer y proteger el propio borde. Pero en el caso del que colocó el Maestro, su complejidad se va fuera de lo razonable. Él diseña un doble filete, separado por un amplio surco, en el que coloca, de manera alternativa, círculos y rombos de marfil, en una proporción y disposición idóneos, hasta conseguir un resultado estético de inigualables sensaciones. Luego, cuando ha situado perfectamente los más de dos mil cuatrocientos pequeños trozos de marfil, confeccionados uno a uno, rellena los huecos del surco, hasta dejar una superficie limpia y plana, con el mismo mástic de ébano que empleó para rellenar los trazos de los dibujos en los aros de los dos violines.
El trabajo, ímprobo y laborioso, queda eclipsado por el resultado, que es incomparable. Pero, el verdadero potencial de este cuarteto se manifiesta cuando suenan sus notas. Entonces, cuando nuestros sentidos se encuentran y se complementan, rozamos lo sublime.
El Cuarteto de Fernando Solar, empleando las mismas técnicas que se suponen usó el propio Antonio Stradivarius, es una fiel réplica del original. Ha reproducido hasta el más pequeño detalle, y se ha ajustado a sus conceptos estilísticos para intentar que el resultado sonoro sea lo más parecido.
Y, sobre todo, no ha escatimado ni una gota de esfuerzo, a sabiendas que el Maestro tampoco lo hizo, ya que le mueve un impulso muy parecido al que pudo motivarle a emprender la construcción de una obra de tal envergadura.
En su caso, después de que han pasado mas de veinticinco años desde su terminación, tiene el orgullo y la satisfacción de haber recreado, al menos en una pequeña parte, esas sensaciones tan emocionantes que sintieron los que tuvieron la fortuna de verlos estrenarse, allá por el 1700, y los que los contemplan en la actualidad.